Un problema recurrente en las administraciones es la falta de conexión entre las agendas públicas y las expectativas de los ciudadanos. Los mayores ven con recelo lo que consideran una excesiva impronta de parte de los más jóvenes, y estos, en cambio, ven en las generaciones que les preceden una incomprensión perenne a sus necesidades, a sus sueños y a sus apuestas.
En este escenario, y con un mundo que demanda cada vez más capacidades de adaptación al cambio y una innovación constante, son los jóvenes el motor y deben ser los actores de cambio. La juventud permeable, en cuanto a ideas preconcebidas, debe aprender a visualizar el futuro y anticiparse a los fenómenos con más rapidez. He allí la necesidad de su involucramiento cada vez más pronto.
Los jóvenes deben aprender a gestionar los cambios y a ser agentes del desarrollo en sus distintas dimensiones, con una capacidad de resiliencia que los mayores han debido generar ante los retos que ha implicado el presente siglo. Allí hay un enorme campo de integración en el que la interacción intergeneracional es clave: las prioridades pueden cambiar, pero capitalizar el conocimiento y la información deben ser permanentes.