Por Diego Echegoyen Rivera
Una suerte de desencanto se intenta apoderar del ambiente, del ánimo y de cualquier grupo en el que participemos. Esta disminución de nuestro optimismo es un círculo vicioso que nos abraza poderosamente y se relaciona con nuestra preferencia sobre la improvisación y las distancias cortas. Todo esfuerzo para asegurar nuestros cometidos no parece tener el suficiente empuje. Sospechamos de los grandes retos que asoman y se sospecha de que no tenemos respuesta sobre cómo establecer las soluciones precisas. ¡Divide y vencerás!
Los salvadoreños debemos empezar a dibujar nuestros planes y a posibilitar la construcción de nuestros sueños de manera sostenida, sin engaños y sin adulaciones. Ciertamente, se requiere un serio ejercicio de prospectiva para escribir cualquier plan de nación, pero sin actitud y entusiasmo no vamos a llegar a ningún lado. ¿Qué es un barco sin agua?
Hay tres condiciones indispensables y que deberíamos aplicar a cualquier escenario en el que interactuemos para transformar El Salvador de una vez por todas. La primera condición se relaciona con el entendimiento que debemos lograr sobre los demás. No es la negociación, es la inmersión dentro del otro.
Primero, escuchemos para entender: en la sostenida crisis de diálogo y convivencia que tenemos, se hace indispensable dejar de oír al interlocutor para responderle; debemos empezar a dialogar, es decir, hay que entender sus miedos, sus frustraciones y, lo más importante, su perspectiva sobre los sueños. Quizá podamos visualizarnos en dichas figuras y expectativas. A lo mejor todo lo que el otro pensaba nos era ajeno, pero, una vez comprendido, se puede volver una ruta en común.
La segunda condición se relaciona con la preparación de la forma como hay que erigirnos como El Salvador del futuro. Ante el inminente desarrollo de las naciones y los pocos recursos con los que contamos, debemos ser creativos: no tenemos mucho con lo que construir nuestro castillo, pero tenemos la tierra y las piedras, “no hay ramas verdes si el árbol no tiene raíces profundas”, dice un dicho muy conocido. Agarremos lo poco que tenemos, prioricemos sus usos y el acceso a dichos valores tangibles e intangibles y reconstruyámonos como nación de forma dinámica y creativa. Con un modelo intensivo donde prevalezca la razón y el conocimiento.
Como tercera condición deberíamos promover la solidaridad: cada salvadoreño tiene un valor inmenso; su singularidad es una riqueza en sí misma. Ese valor está concebido a partir de dignidad. Nada se nos dio gratis y nada se nos debería regalar. Lo único que necesitamos es oportunidades para brillar y poner nuestros talentos al servicio del país. No es lo gratis lo que nos hace felices, sino la posibilidad de construir nuestro propio sueño lo que nos hace grandes. El sistema de bienestar y la cultura de la cooperación solo se van a conquistar si construimos juntos la colmena, hombro a hombro, talento a talento. Definitivamente, la cooperación entre los mismos salvadoreños será la que marcará la ruta para el desarrollo.
Estas tres condiciones, entendimiento, creatividad y solidaridad, no se encuentran en alguna política de Estado ni forman parte de las promesas de campaña de nuestro siguiente presidente, no. Estos son elementos de nuestra personalidad, y es nuestra actitud personal la que debe preservarlas y promoverlas en todo lugar para que se conviertan en las claves para entender la encrucijada que significa el futuro.
Artículo originalmente publicado en La Prensa Gráfica:
https://www.laprensagrafica.com/opinion/La-encrucijada-sobre-el-futuro-20180324-0083.html